domingo, 30 de septiembre de 2007

Simplemente

Un personaje se encuentra sentado frente a su autor. Sin vacilar, se prepara para hacer la más grande de sus preguntas cuando es interrumpido. “¿Por qué existo?”, cuestiona el autor con una voz cortada que revela su profunda honestidad.

El personaje descubre con horror la mayor debilidad de su creador. La pregunta es, simplemente, incontestable.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Nosotros...

Lo hablamos durante un rato, no sé qué tanto. No sabía que iba a llevar las cosas a ese límite. Me dijo que estaba aburrido, que quería vivir nuevas aventuras, que su vida se había vuelto espantosamente monótona. Habíamos estado juntos durante tres años, quizá un poco menos. ¡No importa! Aún así decidió dejarme. Creo que él no se había dado cuenta de lo dependiente que me volví. Todo quedó a su merced: mis amigos, mi vida social, mi vida…

A eso de las siete de la mañana me levanté el sábado. Lo coloqué sobre la tasa del escusado y me entretuve en lo mío por un tiempo; ni muy corto ni muy largo. El sueño no me permitía recordar nuestra plática, por lo que no tomé ninguna precaución. De cualquier manera, probablemente nunca me lo hubiera imaginado. No de esa forma. Me paré, jalé la palanca y me incliné para recogerlo.

Brincó. Así como si nada, sin ningún aviso, brincó. Repentinamente, en dos rebotes, ya estaba sumergido en el centro del agujero. Por un segundo me contuve a detenerlo con las manos, por un segundo se fue y desapareció en una aventura.

Mi celular decidió iniciar un viaje por las cañerías en busca de libertad. Quizá fue lo mejor. Ahora, cada que pienso en él, descubro la ineludible responsabilidad de guardar un respaldo de los números de teléfono en otro sitio.

Epílogo: Las aventuras en los citados lugares no son mi tema narrativo predilecto; sin embargo, dado lo anecdótico de la historia, basada en la ficción (como quiero que crea el lector), debí retomar.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Lemmings

Gustav está aburrido. Lleva observando el recorrido del sol desde el marco superior de la ventana hasta los rayos naranjas detrás de la montaña. No encuentra consuelo alguno. Su mente está oscurecida con un pensamiento necio: qué hacer. Útil sólo para hundirse más en ese terrible y detestable aburrimiento.

Como nunca ocurre en esos casos, la necedad da frutos. De pronto, aparece una idea más necia, más repugnante que todas las demás. Una fabricación de larga duración, sin comerciales.

Sale inmediatamente. Corre, está desesperado por comenzar. Entra a un bar, casi jadeante, se sienta y pide una cerveza. El ritmo comienza a detenerse, ahoga su respiración para recobrar un palpitar cómodo. Seca el sudor de sus sienes con una servilleta. Espera diez minutos.

“Señorita, no puedo permitir que una mujer tan cautivadora como usted pase desapercibida; le invito una copa mientras me platica todo sobre usted”. Está pasmada, llena de preguntas y terriblemente hipnotizada por la frase. Acepta la bebida y decide investigar. La conversación es una mezcla de halagos y curiosidades que la van hechizando a pasos cortos.

De pronto, se encuentra caminando con él sobre el boulevard. La noche se describe en luces rojas y naranjas, dos sombras pasean sobre la banqueta. Ella siente que ha encontrado algo, no lo dejará escapar. Toma su mano con fuerza y lo guía hasta la puerta de su departamento. “Veamos las estrellas,” le dice Gustav con una voz grave y seductora. Llegan al techo del edificio, levantan la mirada.

La empuja una, otra y otra vez. Las primeras planas se convierten en gritos de voceador insinuando una oleada de suicidios. Todas ellas mujeres desesperadas. “Es un acontecimiento sin precedentes” comenta un hombre en la televisión.

La mascarada dura sólo unas semanas, Gustav vuelve a observar el sol. “Quizá tuvo que ver con el eclipse de luna,” sugiere un experto en el noticiario. “Esos fenómenos pueden ocasionar cambios hormonales y detonar esas conductas.”

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Un sujeto llamado Joey

Puedo imaginarme perfectamente al sujeto sentado en su trono, moviendo la cabeza de lado a lado mientras sigue el jadeante ritmo de la música tropical. Su silbido se escucha desde la puerta, poco entonado y no muy acorde con la melodía. No deja de sorprender, claro, que los esporádicos ruidos del agua formando remolinos lo dejan inalterado. Ni siquiera toma en cuenta el entrar y salir de los agraciados visitantes. Algunas veces, si uno escucha con la atención debida, puede escuchar un murmuro intento de canción.


Puedo imaginarme perfectamente la feliz cara del sujeto, bien acomodado en el asiento, apretando fuerte las piernas en los momentos de mayor tensión lírica. Un leve pujido que incrementa a instantes la fuerza de su soplar.

Más sin embargo, quizá lo más sorprendente, es ese sutil, pero penetrante olor; siempre ineludible. Esa vomitiva mezcla de cloro con algún componente pestilente, prácticamente masticable.


Yo mismo, sólo me quedé un instante. No creo haber acumulado un minuto frente al mingitorio. Me abroché el pantalón, apreté el cinturón y salí por piernas.


El sujeto, al que bautizo Joey, debió quedarse un tiempo más. Su silbido al compás de la casetera siguió sonando hasta que salí…

lunes, 3 de septiembre de 2007

Consideraciones para guardar un elefante.

Si usted decidiera guardar a un elefante en una caja pequeña, del tamaño de una nuez, no tendría más remedio que buscar un elefante pequeño. Sin embargo, si se encontrara en la situación opuesta, con una caja grande, podría buscar tanto a un elefante grande como a uno pequeño; ya que, al final, cualquiera podría guardarse dentro de la caja.

Se recomienda, de cualquier manera, tener cuidado al seleccionar la caja. Es indispensable encontrar alguna que no guarde malos deseos, ojos de vidrio o cosas semejantes. Una de pino puede ser útil y conservará un aroma a bosque característico. No deje de tomar en cuenta que en la India, no hay pinos y el extraño olor podría perturbar la imaginación del elefante.

Hace unos días un amigo me contó que sufrió una pesadilla terrible. Despertó sudando con el corazón palpitando fuera de su pecho. No me lo dijo así, pero intuí, de inmediato, que lo había ocasionado su imaginación. Perturbada, sin duda. ¿Imagina usted qué le sucedería a un elefante?

Mejor, descarte el pino. Son unos animales frágiles y curiosos. Más vale no arriesgar.