domingo, 30 de marzo de 2008

Ciclo-Idea-Ciclo

Alexander Petrov tuvo una idea el 23 de diciembre a las 6 de la mañana. Su cabeza comenzó a volar por los aires mientras lo iluminaba una sonrisa. La idea se dibujaba en su mente y se materializaba. Sintió un enorme placer intelectual, tan poco común en él, quizá fue la primera vez. Levantó la mirada, miró a su esposa, guiñó el ojo y la escuchó gruñir: “¡A qué hora piensas empezar! Se hace tarde y está por salir el sol.” Alexander Petrov se puso las botas, un enorme abrigo de piel, cogió el hacha y salió a buscar leña.

El día siguiente, un vecino de Petrov tuvo la misma idea al ver por primera vez la luz. Su único placer en vida fue esa repentina iluminación antes de congelarse por el frío, en los brazos de su madre. Ella lo lloró en silencio esa Noche Buena.

Ebrio y tirado en una calle de Nueva York, John Delay percibió algo diferente al voltear a ver a una mujer de paraguas y faldón largo. Su siempre nublada cabeza no se concentró en la hermosa figura, un extraño milagro la ocupaba en un asunto menos trivial. Delay dio un salto y se empapó la boca con su intragable aguardiente para tomar fuerzas. La idea se desvaneció en la figura de la mujer.

Luis Aguinaga se escondió detrás de un árbol para protegerse de la avanzada del ejército Franquista. Apretó la insignia republicana en sus manos y apuntó su fusil hacia el camino. Un segundo antes de que su cráneo reventara por una bala rebelde, vio la imagen perfecta de un objeto que le habría dado una vida de comodidades a no ser por aquél infortunio. Un segundo que habría sido suficiente para jalar el gatillo y acabar con el oficial rojigualda.

La idea estuvo presente, en otro momento, en tres personajes a la vez. Peter Kenrick, un hombre robusto dedicado a la minería que le dio tanta importancia como a un mosquito al anochecer, desechándola de un palmazo. Robert Delaunay, quién hizo toda clase de ilustraciones para plasmar su impulso, coloreándolas con óleos brillantes, añadiendo un marco y colgándolas en museos y galerías. Y finalmente, Thaksin Phuket, un aprendiz de monje budista de apenas 9 años. Corrió a su maestro y le platicó todo, agitado, con grandes palabras y muchos movimientos. Su maestro, impávido, le pidió que retomara sus actividades.

La idea rebotó también en un sujeto desconocido que la platicó sin más en café. Otro hombre, de nombre Godtfred Christiansen, reflexionó un par de semanas sobre lo que había escuchado. Quizá estuvo alguna vez en la cabeza de su padre, pues sus piezas de madera eran una cercana transformación. Le platicó la idea que tomó vuelo en una enorme empresa.

Ocasionalmente, la idea reaparece. Nunca con los mismos resultados. Todavía hoy, Christiansen trata de recordar la cara del hombre detrás de la taza de café.