domingo, 28 de marzo de 2010

Herman Hickle

Past the bridge with gigantic fences, past two funerary houses, just besides the tree where crows like to stand, is my house. The cemetery, however, is crowded by old tombs. I have never seen a soul in the funerary houses, crows only shout at 5:30 pm, and the fence on the bridge covers the beautiful view of a waterfall. Yet, the landscape makes you worry about monsters coming out from manholes, crows ripping off your eyes, and rabbits hunting for your flesh. I feel comfort. If anything ever happens, I might be there to see it (and maybe even shoot a video for youtube).

Anyway, this is the story of Herman Hickle, a man I met on a greyhound bus running to upstate New York. Herman Hickle was unpacking his suitcase in the overhead compartment of the bus. He took out some well folded clothes, and piled them carefully. Clothes went to the back, shoes on front, some things on the right, and other things on the left. No, it was not an oversized compartment: it was a normal bus compartment with just enough space for a purse or a backpack. Mr. Hickle knew how to use the space. We were going to travel for only 4 hours and Herman Hickle had already spent 20 minutes unpacking.

Herman Hickle was wearing shorts and a t-short with no sleeves. He was in his middle fifties, whitish hair, thin, with some curly hair coming out of his armpits. He had the looks of someone very worried to get things in the right spot. It is not that there was a lot of competition, from my observation; nobody in the entire bus even cared to open an overhead compartment. My backpack was on the floor, the girl next to me had hers on the floor too. I mean, nobody even cared on what Mr. Hickle was doing. Well, nobody but me, I was really interested.

Once he finished unpacking, Herman Hickle sat. I watched through the window. Clouds covered the sunlight more with every step the bus made forward to our destination. Just a few more hours from home, sweet home… Mr. Hickle stood again. Just 10 minutes after sitting. He reached the overhead compartment and pulled a small packet of something with his hand. He sat. Mr. Hickle was very happy, he was having a snack.

It hit me! I understood! Herman Hickle had made for himself a comfortable one bedroom suite! Mini-bar and everything… Herman Hickle was a bus-guest.

(to be continued)

domingo, 30 de marzo de 2008

Ciclo-Idea-Ciclo

Alexander Petrov tuvo una idea el 23 de diciembre a las 6 de la mañana. Su cabeza comenzó a volar por los aires mientras lo iluminaba una sonrisa. La idea se dibujaba en su mente y se materializaba. Sintió un enorme placer intelectual, tan poco común en él, quizá fue la primera vez. Levantó la mirada, miró a su esposa, guiñó el ojo y la escuchó gruñir: “¡A qué hora piensas empezar! Se hace tarde y está por salir el sol.” Alexander Petrov se puso las botas, un enorme abrigo de piel, cogió el hacha y salió a buscar leña.

El día siguiente, un vecino de Petrov tuvo la misma idea al ver por primera vez la luz. Su único placer en vida fue esa repentina iluminación antes de congelarse por el frío, en los brazos de su madre. Ella lo lloró en silencio esa Noche Buena.

Ebrio y tirado en una calle de Nueva York, John Delay percibió algo diferente al voltear a ver a una mujer de paraguas y faldón largo. Su siempre nublada cabeza no se concentró en la hermosa figura, un extraño milagro la ocupaba en un asunto menos trivial. Delay dio un salto y se empapó la boca con su intragable aguardiente para tomar fuerzas. La idea se desvaneció en la figura de la mujer.

Luis Aguinaga se escondió detrás de un árbol para protegerse de la avanzada del ejército Franquista. Apretó la insignia republicana en sus manos y apuntó su fusil hacia el camino. Un segundo antes de que su cráneo reventara por una bala rebelde, vio la imagen perfecta de un objeto que le habría dado una vida de comodidades a no ser por aquél infortunio. Un segundo que habría sido suficiente para jalar el gatillo y acabar con el oficial rojigualda.

La idea estuvo presente, en otro momento, en tres personajes a la vez. Peter Kenrick, un hombre robusto dedicado a la minería que le dio tanta importancia como a un mosquito al anochecer, desechándola de un palmazo. Robert Delaunay, quién hizo toda clase de ilustraciones para plasmar su impulso, coloreándolas con óleos brillantes, añadiendo un marco y colgándolas en museos y galerías. Y finalmente, Thaksin Phuket, un aprendiz de monje budista de apenas 9 años. Corrió a su maestro y le platicó todo, agitado, con grandes palabras y muchos movimientos. Su maestro, impávido, le pidió que retomara sus actividades.

La idea rebotó también en un sujeto desconocido que la platicó sin más en café. Otro hombre, de nombre Godtfred Christiansen, reflexionó un par de semanas sobre lo que había escuchado. Quizá estuvo alguna vez en la cabeza de su padre, pues sus piezas de madera eran una cercana transformación. Le platicó la idea que tomó vuelo en una enorme empresa.

Ocasionalmente, la idea reaparece. Nunca con los mismos resultados. Todavía hoy, Christiansen trata de recordar la cara del hombre detrás de la taza de café.

lunes, 25 de febrero de 2008

Asesinato en Wilkin Street

No tenía a nadie que matar a la redonda. Sacó el revolver y disparó a un farol. En un instante, fulminó a su sombra.

lunes, 4 de febrero de 2008

Departamento 904, Entrada F

En el departamento 904, entrada F, edificio XXXII, de la Unidad Tse Tung, con una ventana hacia la negra avenida Da Xing Lu y otra que da a las grises paredes del empolvado edificio XXX, en las afueras de la ciudad de Xian, vive Xiao Lu, último sobreviviente del planeta.

Xiao Lu se confecciona un amigo con un balón de fútbol como lo vio en una película americana. Está incrustando estambres con una aguja gruesa sobre la esfera para crear una cabellera verde. Pondrá un par de botones para formar los ojos y aún no decide qué color usar para pintar la boca.

Lleva tres días enclaustrado en su departamento, no ha salido para nada. Mantiene sus ventanas medio cerradas con cortinas que apenas dejan pasar la luz. Se respira una atmósfera gris, pesada.

Incrusta a su nuevo amigo en un palo de escoba. Le habla en un tono distante. Xiao Lu no se convence de platicar con un balón. Abre la ventana, mira hacia el horizonte y suspira. Intenta de nueva cuenta hablar con el balón. Es domingo y no tiene nada mejor qué hacer. Sin embargo, su amigo esférico sólo resalta su desafortunada situación.

Toma el teléfono, marca un número para escucharlo sonar, diez o quince veces, antes de cortarse. Marca otro número y contesta una grabadora. Suspira y exhala un respiro profundo de melancolía. Se lleva la mano a la frente y deja salir una lágrima. Vuelve con el balón.

Le explica sobre sencillez de las cosas y la complicación humana. Le platica en voz alta su terrible sentimiento de artificialidad hasta que las palabras lo llevan a la empatía por la sonrisa azul, inerte. Se acerca, lo abraza, le habla al oído, lo peina. Lo llama amigo, único amigo. Y lo patea envuelto en coraje.

Abre la ventana, mira al horizonte y suspira. Observa el largo patrón que hacen las pequeñas ventanas de los demás edificios. Siente una brisa de polvo y decide seguirla. Se encorva como bulto camino abajo. Escucha un leve silbido, suelta una lágrima. Golpea contra el pavimento en un crujido silencioso.

La gente se aglomera en un círculo que crece a oleadas. Mira al cadáver. Se escucha un murmullo cada vez más fuerte. Son ya cientos de personas. Un hombre de cuarenta años observa la ventana abierta del departamento 904. Un policía, tras inspeccionar al cuerpo, busca algún conocido del joven difunto. Muchos vecinos vieron pasar a Xiao Lu, pero ninguno sabe su nombre.

sábado, 12 de enero de 2008

Guillermo y Sophie

Ésta es la primera publicación con la colaboración de un eminente artista gráfico, Ben Rogers. Conocerán sobre su gran talento a lo largo de la vida de este blog; por ello, mantengo la presentación al mínimo y dejo el espacio abierto para que su obra lo muestre directamente. Seguramente, al final quedarán convencidos, como yo, de la complementariedad entre la imagen y el texto. ¡Tercera llamada, tercera! Principiamos…

Guillermo conoció a Sophie en la fiesta de un amigo. Nunca antes se habían visto, pero la química fue inmediata. Los ojos de Sophie resplandecieron con un brillo que iluminó su sonrisa. Guillermo estaba más erguido, como si hubiera crecido unos centímetros repentinamente. Él quedó hipnotizado en la sonrisa de Sophie, enmarcada en pequeños labios rosas. Ella no dejaba de alegrarse de la barba partida de Guillermo y esa pequeña arruga que se formaba en su cachete cuando sonreía de lado. Platicaron por horas sin hablar con nadie.

La noche terminó súbitamente. Intercambiaron teléfonos. Sophie rodeó su cuello con los brazos y besó su mejilla derecha. Guillermo tomó la delgada cintura de Sophie y devolvió el beso. Fue sólo un instante, dos o tres segundos. Tan sólo suficiente para que sus almas se anudaran, dividieran, y se unieran. Sophie partió llevando una parte de Guillermo. Guillermo partió llevando una parte de Sophie. Solamente juntos volverían a estar completos.

*

Guillermo despertó desesperado. ¿Dónde estaba Sophie? Tenía que verla, la necesitaba, se enfermaba sin estar con ella. Tengo que llamarla, tengo que llamarla. ¡No! Demasiado pronto. Al menos un día…

Sophie esperó desesperada. Había pasado un día y no sabía nada de Guillermo. Lo soñaba cada instante. Lo veía en todas partes. Lo necesitaba.

Sonó el teléfono. Era Guillermo preguntando por Sophie. “¡No estoy! ¡Dile que no estoy!”, dijo Sophie a su mamá, inquieta. “No quiero que vaya a pensar que he estado esperándolo pegada al teléfono”. Así había sucedido. Ahora sentía un enorme espacio en el pecho que casi la llevaba a hundirse en lágrimas. Guillermo contaba los minutos para llamar de nuevo. ¡No podía ser de inmediato! Ella no habría regresado a casa y él parecería obsesivo.

Alrededor de las siete, llamó Guillermo y contestó Sophie. Hablaron sin ver pasar las horas. Cada palabra, se sentían más cerca. En algún lugar, se tejían imágenes oníricas de de los dos juntos. Dos ases de luz se unían en un tremendo resplandor, se separaban y se perseguían en un cielo estrellado. Llegó el momento de colgar. “Hasta luego…” Una frase que quedó impresa en el pecho de ambos. Y, con ello, comenzó a crecer nuevamente aquel pequeño engendro de desesperación y vacío.

Guillermo decidió invitar a Sophie a alguna parte. No sabía a dónde, decidiría en el camino. Encontró una florería y comenzó a escoger flores. Primero tomó claveles rojos como símbolo de su amor. Después, algunas gardenias blancas que juntó con orquídeas campaneantes de muchos colores. Tomó un par de tulipanes azules pensando en sus ojos. Siete crisantemos rojos y siete crisantemos blancos. Un puño de margaritas, cuatro violetas y, finalmente, una enorme rosa roja; tan roja como la sangre cuando fluye de una herida abierta. Era un ramo de flores resplandeciente.

Llegó frente a la puerta de la casa de Sophie y sintió una emoción profunda de temor, alegría e incertidumbre. Agarró con fuerza el ramo y lo sostuvo contra su espalda. Tocó el timbre dos veces. Lo escuchó sonar con dos delicados golpecitos metálicos. Sophie abrió la puerta sonriendo. Iluminó el arco de la puerta con su cara y se quedó mirándolo fijamente a los ojos.

“¿Quieres ir a algún lado?”, le preguntó Guillermo que difícilmente podía pronunciar cada palabra. Sonrió y levantó la vista. Sophie sintió un impulso incontrolable. “¡No!”, dijo contra su voluntad y cerró la puerta. Guillermo quedó paralizado. El ramo cayó de sus manos inertes. Cayó y cayó hasta golpear el suelo. Se secó en un suspiro profundo. Las flores se rompieron como cristales ocres y pasteles.

miércoles, 2 de enero de 2008

Convocatoria Abierta

Al menos una vez al año, es necesario detenerse un instante, abrir los ojos, y ver si la pared sigue estando suficientemente lejos. Sin embargo, hay veces cuando uno no se detiene, no abre los ojos y papas, contra la pared. En esos casos, duele un poco en la frente, en la nariz, o en un dedo del pie; dependiendo de lo brutal del choque.

Es por ello que este blog decide abrir sus puertas e invitar a un(a) colaborador(a). Cuando uno se golpea contra la pared, es doloroso; en cambio, si son dos, es chistoso. La persona invitada, además de formar parte de este hecho humorístico –pues aquí nunca se abrirán los ojos (y considerando que la cajita tiene cuatro paredes)– tendrá la enorme tarea creativa de materializar las palabras. En otras palabras, se busca ilustrador(a).

La persona interesada cumplirá con distintas características, como es de esperarse; sin embargo, por el momento sólo se requiere su talento artístico. Las labores consistirán en la realización de obras originales para acompañar al menos un post al mes y serán realizadas con cualquier técnica (aunque se prefieren medios no electrónicos). Asimismo, tendrá la habilidad de embellecer cuadros/historietas como el mostrado abajo:

Esta persona recibirá los posts con anticipación para trabajar con la debida calma (no se desea provocar estrés ni karoshi, aunque sería altamente humorístico).

El(La) ilustrador(a) recibirá crédito como coautor(a) y se asegura que no será asesinado(a) en ninguna historia (al menos mientras desempeñe debidamente su trabajo), además de que se garantiza plena libertad artística. Dada la importancia de su labor, también tendrá un papel central en los eventos organizados por la cajita.

La persona que esté interesada (por el momento no aceptamos sub-especies), deberá ponerse en contacto con el autor.

jueves, 27 de diciembre de 2007

Alberto Valverde

La vida de Alberto era despreocupada como la de cualquiera, al menos a su edad. Escuela, amigos, fiestas y alguna que otra cosa poco relevante. En realidad, la mayor parte del tiempo era precisamente Facebook. Buscar cualquier oportunidad para revisar perfil a perfil de amigos de sus amigos, agregar personas nuevas o utilizar sus más de treinta aplicaciones. Alberto era terriblemente adicto.

Compró un celular con cámara por el puro placer de subir las fotos y crear nuevas galerías. Obviamente, persiguiendo cada vez con mayor deseo eventos importantes, tomándose fotos con “famosos” para sorprender a sus facebook-amigos. Una insaciable necesidad de viajar a lugares extraños, aparecer divertido, feliz, emocionado. En pocas palabras, comenzó a transmutar en turista asiático: lo primero son las fotos, ya el momento se vivirá después, en el monitor.

Innovó en todo, hasta en las formas de ligar, “¿Qué onda María, no crees que ya es tiempo para que nos pongamos It’s complicated?” Al principio, despertando risas; después sólo miradas inciertas y desconfiadas.

Pero, como siempre sucede, lo que un día empezó, otro se agotó. Alberto no pudo recordar a una sola persona más para agregar. Estaban sus amigos de la secundaria, primaria, preprimaria, kinder, guardería, campamento del verano de ’87, primos cercanos y lejanos, tíos, el señor de la tiendita y el perro de la cuadra. Imposible un nuevo conocido.

Y entonces, se sintió inundado de aquél profundo sentimiento que pronto llega al cuerpo para consumirlo todo: la ociosidad; ese sentimiento que se acompaña de los más exuberantes impulsos creativos. Y como no podía ser de otra manera, agregó en el cajón de búsqueda dos palabras hábilmente mecanografiadas. Alberto Valverde.

El nombre, resultó, en efecto, poco común. Produjo tan solo tres resultados. En primer lugar, apareció su propio perfil. El segundo fue de un sujeto de no sé qué lugar en Perú. El tercero, sin embargo, de un sujeto parecido a él, retratado de lado.

Alberto decidió explorar. Le dieron risa todas las coincidencias, misma ciudad, mismo cumpleaños, misma escuela, mismos amigos. Entró a la galería de fotos y reconoció a Rubén en la fiesta de Maria. Alberto se reconoció también, un poquito más lejos, tomado de lado. En la siguiente foto, también se reconoció, tomado de frente. Y más adelante, una tras otra, en todas las fotos, estaba él. Un perfil idéntico al suyo, todos los eventos, todos los mensajes. Idéntico en todo, menos en las fotos. Tomadas en los mismos lugares, con las mismas personas, pero desde distintos lugares.