sábado, 12 de enero de 2008

Guillermo y Sophie

Ésta es la primera publicación con la colaboración de un eminente artista gráfico, Ben Rogers. Conocerán sobre su gran talento a lo largo de la vida de este blog; por ello, mantengo la presentación al mínimo y dejo el espacio abierto para que su obra lo muestre directamente. Seguramente, al final quedarán convencidos, como yo, de la complementariedad entre la imagen y el texto. ¡Tercera llamada, tercera! Principiamos…

Guillermo conoció a Sophie en la fiesta de un amigo. Nunca antes se habían visto, pero la química fue inmediata. Los ojos de Sophie resplandecieron con un brillo que iluminó su sonrisa. Guillermo estaba más erguido, como si hubiera crecido unos centímetros repentinamente. Él quedó hipnotizado en la sonrisa de Sophie, enmarcada en pequeños labios rosas. Ella no dejaba de alegrarse de la barba partida de Guillermo y esa pequeña arruga que se formaba en su cachete cuando sonreía de lado. Platicaron por horas sin hablar con nadie.

La noche terminó súbitamente. Intercambiaron teléfonos. Sophie rodeó su cuello con los brazos y besó su mejilla derecha. Guillermo tomó la delgada cintura de Sophie y devolvió el beso. Fue sólo un instante, dos o tres segundos. Tan sólo suficiente para que sus almas se anudaran, dividieran, y se unieran. Sophie partió llevando una parte de Guillermo. Guillermo partió llevando una parte de Sophie. Solamente juntos volverían a estar completos.

*

Guillermo despertó desesperado. ¿Dónde estaba Sophie? Tenía que verla, la necesitaba, se enfermaba sin estar con ella. Tengo que llamarla, tengo que llamarla. ¡No! Demasiado pronto. Al menos un día…

Sophie esperó desesperada. Había pasado un día y no sabía nada de Guillermo. Lo soñaba cada instante. Lo veía en todas partes. Lo necesitaba.

Sonó el teléfono. Era Guillermo preguntando por Sophie. “¡No estoy! ¡Dile que no estoy!”, dijo Sophie a su mamá, inquieta. “No quiero que vaya a pensar que he estado esperándolo pegada al teléfono”. Así había sucedido. Ahora sentía un enorme espacio en el pecho que casi la llevaba a hundirse en lágrimas. Guillermo contaba los minutos para llamar de nuevo. ¡No podía ser de inmediato! Ella no habría regresado a casa y él parecería obsesivo.

Alrededor de las siete, llamó Guillermo y contestó Sophie. Hablaron sin ver pasar las horas. Cada palabra, se sentían más cerca. En algún lugar, se tejían imágenes oníricas de de los dos juntos. Dos ases de luz se unían en un tremendo resplandor, se separaban y se perseguían en un cielo estrellado. Llegó el momento de colgar. “Hasta luego…” Una frase que quedó impresa en el pecho de ambos. Y, con ello, comenzó a crecer nuevamente aquel pequeño engendro de desesperación y vacío.

Guillermo decidió invitar a Sophie a alguna parte. No sabía a dónde, decidiría en el camino. Encontró una florería y comenzó a escoger flores. Primero tomó claveles rojos como símbolo de su amor. Después, algunas gardenias blancas que juntó con orquídeas campaneantes de muchos colores. Tomó un par de tulipanes azules pensando en sus ojos. Siete crisantemos rojos y siete crisantemos blancos. Un puño de margaritas, cuatro violetas y, finalmente, una enorme rosa roja; tan roja como la sangre cuando fluye de una herida abierta. Era un ramo de flores resplandeciente.

Llegó frente a la puerta de la casa de Sophie y sintió una emoción profunda de temor, alegría e incertidumbre. Agarró con fuerza el ramo y lo sostuvo contra su espalda. Tocó el timbre dos veces. Lo escuchó sonar con dos delicados golpecitos metálicos. Sophie abrió la puerta sonriendo. Iluminó el arco de la puerta con su cara y se quedó mirándolo fijamente a los ojos.

“¿Quieres ir a algún lado?”, le preguntó Guillermo que difícilmente podía pronunciar cada palabra. Sonrió y levantó la vista. Sophie sintió un impulso incontrolable. “¡No!”, dijo contra su voluntad y cerró la puerta. Guillermo quedó paralizado. El ramo cayó de sus manos inertes. Cayó y cayó hasta golpear el suelo. Se secó en un suspiro profundo. Las flores se rompieron como cristales ocres y pasteles.

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