Érase una vez, en un una llanura en la lejanía de África nororiental, un pequeño hueco en la tierra donde habitaba una pequeña colonia de hormigas. La vida de las hormigas era terrible, pues siempre se preocupaban por un mal que las acechaba todo el tiempo.
Cerca de su pequeño hormiguero, vivía una espantosa araña. Cada día, sin ninguna señal de alarma, atacaba las filas de hormigas trabajadoras para comerlas una a una. Nunca sabían si regresarían con vida a casa. En todo momento, descubrían la fragilidad de su existencia, aprovechando cada instante que fuera posible.
De vez en cuando, alguna hormiga valiente decidía que pondría fin a tan terrible mal y se preparaba para enfrentar a la araña. Cargaban con las mejores armas o grandes armaduras. Se hablaba de hazañas increíbles. Contaban de una hormiga tan valiente que, aún partida en dos por las tenazas de la araña, siguió sacudiendo la espada en el aire hasta desangrarse. Recordaban a otra que decidió empaparse en el veneno más terrible para sacrificarse a las fauces del animal, sin embargo, falleció espontáneamente mientras se rociaba con DDT.
Cada cuando, una nueva ocurrencia sonaba en la comunidad. “¡15 hormigas soldado la venceremos!” “Usaré una poderosa máquina que escupa bolas de fuego.” “Será un maleficio terrible, 15 patas de ciempiés, 1 aguijón de abeja y cuatro alas de libélula.” Las hormigas se unían y vitoreaban ocurrencia tras ocurrencia.
Como siempre sucede, un día, tuvieron éxito. Bueno, no precisamente mataron a la araña, pero sí acabaron con el problema. Sir Jorge II del Valle de los Escamoles inventó un método con el cuál era posible cultivar hongos dentro del hormiguero. Salir dejó de tener importancia cuando las reservas de hongos fueron suficientes. El agujero se fue tapando por el aire hasta volverse imperceptible.
Con el tiempo, las grandes hazañas comenzaron a crecer y las valientes hormigas adquirieron cualidades sobrenaturales. De pronto, las historias fueron tan grandes, tan fantásticas, que ya nadie las creyó; se dejaron de contar y se olvidaron todas. Y con ellas, se olvidó la araña.
Ya sin preocupaciones, decidieron arreglar el hormiguero. Crecieron los pasadizos y los conectaron a una multitud de cámaras que poco a poco fueron habitando.
De pronto, así como se olvidaron de la araña, se olvidaron de su propia fragilidad. Sintieron que todo lo podían y vivieron un mundo de hormigas para hormigas. Y así, también de pronto, comenzaron a desconfiar unas de otras. Dejaron de salir de sus cámaras. Reforzaron sus puertas y permanecieron escondidas mucho tiempo.
Al principio, inventaron rituales para conocer a otras hormigas. Símbolos, señales, procedimientos. Todo para no caer con alguna hormiga malvada. Largas entrevistas, palabras no dichas, investigaciones profundas, códigos secretos. No bastó.
Las conversaciones avanzaron por su inevitable camino. “Le gustó mucho mi cámara”, dijo una a otra, “ha de querer quedársela”. “Quiso invitarme desde el primer momento, es un patán”, se escuchaba en la plática de tres hormigas. Y más cerca que lejos, otra hormiga se dijo a si misma, “Se reían a carcajadas, seguro era de mí”.
No pudo pasar mucho tiempo antes de que se quedaran solas. Unas hormigas abusaron los rituales. Usaron los mismos códigos y las mismas palabras con distintos significados. Las otras desconfiaron más. “Mejor arreglar los relieves de mi cámara que salir de aquí”.
Olvidaron a la araña, olvidaron la fragilidad de su existencia, dejaron de preocuparse y se olvidaron de si mismas. Una a una, las cámaras se fueron convirtiendo en bóvedas mortuorias. Una a una, desaparecieron todas las hormigas. Una a una, la colonia se acabó.
1 comentario:
¡Qué maravilla! ¡Bravo! ¡Bravo! Esto si fue excelso. Han habido otras cosas, pero esto sí se ha ganado un tremendo aplauso. Juanito, mi amor eterno para tí. No, bueno no. Pero sí un atronador aplauso. Très magnifique!!!
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